Maldición

Maldición
HORROR

lunes, 21 de mayo de 2012

028      A la mañana siguiente, cerca del mediodía, Sor María tocaba timbre en la casa de Don Silvio. Este abrió la puerta y ella le entregó una carta con las referencias del obispado para con ella.
   Don Silvio la invitó a pasar mientras él se sentaba a la mesa, donde tenía puesto los cubiertos para almorzar y le dijo a la monja:
— Sor María ,si desea acompañarme a comer le diré a mi  cocinera, María del Huerto, que ponga un plato para usted.
   La Monja reaccionó enseguida levantando la voz:
—¡Esto no puede ser. Desde ahora, yo soy su ayudante y la que hará su comida. Está mujer tiene que marcharse en este instante!
   Don Silvio se quedó de piedra y le dijo:
—Pero está señora cocina muy bien … y siempre me ha ayudado aquí y en la iglesia. Es de su pura voluntad.
Sor María lo miró sería y le dijo:
—Yo estoy aquí por sus problemas. O está mujer se va ya o yo me vuelvo al obispado.
   La mujer apareció con una fuente con un pollo al horno y fue hacía la mesa a servirle.  Mientras lo hacía, ella intervino, diciendo:
—No se preocupe por mí Don Silvio, me voy ahora. Y usted sabe que cuenta conmigo siempre que me necesite.
   Don Silvio sintió vergüenza ajena, pero agradeció sus palabras:
—Como siempre le digo María:¡ Que Dios se lo pague y muchas gracias!
   La monja acompaño a María del Huerto a la puerta de calle y a poco le susurro al oído:
—¡Usted no vuelva por acá! Este sacerdote está mal por rodearse de mujeres libertinas como usted.
   La mujer no comprendía nada lo que la monja le increpaba y le salió un :
—¿Como …?
   Pero antes de que pudiera reaccionar recibía una patada en el trasero y le cerraban la puerta de un portazo.
   Sor María volvió  y quitó todo lo servido en la mesa, regañando a Don Silvio:
—Si tiene tantos problemas como le dijo al Obispo, que hace gozando de un almuerzo, como que no pasa nada. Y para colmo con una moza que es fuente de distracción.
   Don Silvio se disculpaba:
—Pero si es la catequista.
—No se trata de eso. Es una mujer guapa, símbolo de la lujuria y muy probable parte de su problema. ¡La carne se revela y usted se cuestiona su hombría!
   La seguridad y la explicación de Sor María calaron en la mente de Don Silvio y dijo:
— No sé. Tal vez usted tenga razón. Yo ni mi imaginaba que esto puede ser la causa de mi problema.
   Sor María le dijo:
—¿Cree que la carne no llama a un sacerdote?… Nunca usted, sintió el calor entre sus piernas … Nunca sintió ganas de romper sus votos de castidad ante los escotes y minifaldas. Dígame que no es así.
    Don Silvio le confiaba como si ella fuera su solución:
—Si, pero trato desviar los pensamientos a otra cosa. Rezar, o salir a dar un paseo.
    La monja lo miraba fijamente y le decía:
—¡Por eso se siente culpable y piensa que tiene dudas de su hombría!

   Y continuó diciendo:
— Pero hay solución. El dolor y el arrepentimiento por ese deseo que lo hace culpable. Le voy a decir como: debe purificar su alma con ayunos y el castigo a su cuerpo pecaminoso con el santo flagelo.
   A Don Silvio se le abrieron los ojos al mirar a aquella mujer como cuervo que le venía a graznar mientras alzaba su maleta sobre la mesa y buscar dentro:
—¡Yo he curado a muchos curas! Tengo el legado de un tío mío que me dejo algo que le va a ayudar a conseguir la purificación. Mi tío llegó a ser Cardenal; y cuando yo le confesé mi vocación este fue su regalo. 
   Sor María rebusco en su maleta para encontrar lo que le quería dar a Don Silvio. Y platicaba sola:
—Esto no es. Este es mi patito. Esto es la vela que tengo que prender a mi Santo. Esto son mis dientes de repuestos. Mi ropa. El perfume Chanel … ¡Ah , aquí está! 
   En ese momento comenzó a sacar un látigo de cuero que presentó a Don Silvio:
—¡Esto lo redimirá! Debe usarlo lo más pronto posible y desaparecerán esas dudas sobre que le gusta el sexo. Al final se sentirá aliviado y no pensará ni en hombres y mujeres lujuriosamente.
—Usted cree que me liberaré de mi pesar.
La monja confiada en que lo que decía era misa, le dijo:
—Claro. Yo he curado a cientos de sacerdotes con problemas como el suyo. Debemos empezar ya, ahora ya no come nada. Está en ayuno y debe ir ha encerrarse y actuar; para pedir perdón por sus pecados.
Don Silvio sumiso le dijo:
—Esta bien. Haré lo que me dice y espero sentir alivio. Pero tengo que preguntarle si el señor Obispo está al tanto de sus métodos.
   Eso le molestó un poco a Sor María que respondió con autoridad:
—El señor Obispo fue que me dio la orden de verlo. Y el Obispo mismo en alguna ocasión probo el santo flagelo. Le gusta tanto mi método que se purga conmigo de vez en cuando. ¡Hágalo Don Silvio!
Y resignado dijo:
—Ta bien.
   Don Silvio se retiro a una habitación donde solía rezar a solas y se despojo de sus vestimentas. Probó darse un latigazo en su espalda que inmediatamente dejaron “cardenales” en su piel. Y luego siguió, y cuando más lo hacía, llego a tornarse en furia y se fustigaba con rabia  mientras que sus labios recitaban el “mea culpa”.
   Mientras que Sor María entraba en la cocina y tomó una pata del pollo al horno, y le hinco los dientes. Luego acercó una silla y se acomodo. Metía todo en la boca que aligeraba con vasos de vino tinto. Ella no quería desperdiciar “la gracia de Dios”.
   Cuando dejo solo el esqueleto del pollo y se tomó toda la botella de vino, se fue hasta la habitación donde se encerró Don Silvio y abrió la puerta. Se encontró con Don Silvio tirado en el suelo con la espalda escaldada de flagelársela. Ella se acercó a él y se agacho para ayudarlo a levantarse. Mientras le decía:
—Muy bien echo, es un buen hombre. Vamos que le ayudo llegar a su dormitorio.
   El cura dolorido se tiró en su cama. La monja le volvió ha hablar:
—Le desinfectare las heridas y se quedará como nunca.
   Sor María se retiro unos instantes para luego volver con un cazo y algodón. Se sentó a su lado y embebía al algodón en un liquido que tenía el cazo. Y le dijo:
—Lo curare como manda la tradición por el esfuerzo de nuestro señor Jesucristo.
   Don Silvio no entendía lo que la monja hablaba y eso que el era cura. Pero la monja seguía con sus preparativos mientras hablaba:
—Los Romanos pusieron vinagre en la herida del señor. Y con esto yo lo curo a usted … ¡PECADOR!
—¡Aaaaaaahhhhh!
   Y el pueblo escucho el grito de Don Silvio y alguna paisana se santiguo.
Continuará...
 

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