Maldición

Maldición
HORROR

martes, 9 de octubre de 2012

048     Luego de unos minutos de rodar por la carretera, llegaron a la dirección del aviso. Efectivamente, allí encontraron a un camión mal aparcado ante la entrada de un gran caserón.
   El comisario aparcó detrás y todos bajaron del auto para investigar. La inspectora Gabriela reconoció sangre en la caja del camión, aviso a sus compañeros.
—¡Aquí hay rastro de sangre!
   El comisario dijo:
—Creó que la respuesta está dentro de esa casona.
   Todos cruzaron la verja y se dirigieron al portal. Allí tocaron el timbre de entrada para ver si alguien les abría la puerta.
    Luego de la infructuosa llamada el comisario les dijo:
—¡Apártense!
   La puerta cedió ante la fuerte patada que Hernández le dio. Al instante un gruñido se oyó desde el interior. Una gorda zombi se les abalanzó y aprisionaba contra el suelo a la inspectora y al comisario bajo una montaña de carne que les buscaba morder.
    El monje Lo detuvo al cura Miguel, dando un paso atrás. Luego dijo:
—Liberémosles antes de usar el conjuro. Miguel, usa tu cruz, yo ayudar desde pierna de ese jamón.
    Con la cruz, el cura Miguel, detuvo las dentelladas que soltaba la zombi y pudo jalar haciendo palanca.
    El monje Lo tiraba con fuerza de la pierna acompañando la fuerza de su compañero y así lograron girarla sobre sí, liberando a los aplastados policías.
   El comisario se incorporó y ayudo a la inspectora mientras le decía al cura:
—Gracias, San Miguel, después te invito una cerveza.
   El Monje Lo le advirtió:
—Salir corriendo. Esto va estallar.
   El cura soltó el agua bendita a la boca de la zombi, que trago todo el chorro por la cruz que le abría la boca. Luego salió corriendo con todos para adentro de la casa.
   La zombi pataleaba en el suelo, hinchándose como un globo.
    Las carnes se le estiraban. Sus formas se deformaban y abotagaban a extremis. Hasta que reventó.

      Los cuatro siguieron investigando por el caserón. Y se dividieron de a dos ante unas escaleras que subía y otra que bajaba hacía un sótano.
   La escalera del sótano tenía poca iluminación, apenas gracias a una bombilla de poca potencia que producía una luz mortecina. El monje Lo iba adelante descendiendo. Atrás le seguía su discípula, la inspectora, que llevaba su pistola con agua bendita lista para disparar a cualquier cosa que se le apareciese. Con la seguridad que si no era uno de esos seres por lo menos, lo lavaría.
    Pero en la penumbra, un absorbido estaba al acecho. Muy cerca de sus piernas espera tras la escalera. Y cuando el monje Lo se puso a su alcance, este le tomó una pierna para darle un mordisco.
   El monje reacciono al instante y dio un salto para adelante volando sobre la escalera. Así se liberó y dio una patada en la cara del absorbido. Pero este, inmediatamente se subió a la escalera para ir tras de Gabriela que venía atrás.
   La inspectora abrió “agua” contra el ser que subía agazapado por la escalera. Al que no le acertaba en la boca, pero le daba con el agua en la cara y en el cuerpo. Y donde lo tocaba lo quemaba como con ácido.
   El monje Lo cayo de pie como un gato, y se puso en guardia al mirar hacia arriba.
   El absorbido avanzaba a pesar que le salía humo del cuerpo hacia la inspectora Gabriela que lo recibió con una gran patada que lo mando a tomar vientos. Y voló por los aires.
   El monje Lo con gran pericia sacó un papel caligrafiado santo para colocar en su mano y junto a un golpe estampárselo en el pecho del absorbido que caía hacia él.
   El absorbido quedo suspendido ante la mano del monje. Y al instante se desintegro quedando convertido en un esqueleto que pareció sorprendido  con la boca abierta, antes de caer inerte al suelo.
   Continuará...

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